Pongamos las cosas claras:
No tengo ningún disco grabado y ningún premio Grammy puesto en la estantería de mi casa.
Una lástima, lo sé.
Creo que la industria discográfica se ha perdido a una gran estrella del New Age.
Y como de instrumentos no sé tocar ninguno, aunque tenga formación de sonidista, te voy a hablar de cuencos.
Pero no de cuencos para comer, sino de los tibetanos.
Los cuencos son terapéuticos.
¿Curan? Yo prefiero decir que ayudan.
Además de gustarme escribir, me gusta que la gente encuentre la calma.
A veces puedo ponerme un poco místico.
Llegué a formarme como terapeuta en cuencos tibetanos por mi curiosidad de saber.
Y no, no tengo el síndrome del eterno estudiante.
Aunque oye, aprender nunca es una mala opción.
A ver, te voy a resumir como es una sesión de cuencos tibetanos.
Cada cuenco tiene su tamaño y va colocado en una parte del cuerpo.
Esto para “sanar”.
Escribo “sanar” entre paréntesis porque a esta palabra me gusta darle un respeto muy profundo y la quiero utilizar con cautela.
En los baños de sonido, se van generando armónicos que van acariciando los bastones en sus respetivos cuencos.
Cada cuenco tiene un sonido, o más grave o mas agudo.
Y la intensidad, también controlada por el impacto que se le de.
El paciente, cliente o, simplemente, la persona que está disfrutando de esta sesión, está tumbada, arropada, y vibrando con las notas que salen de los cuencos.
La terapia del sonido es un verdadero regalo para la relajación. Es una alineación de chakras
Es un mindfulness sonoro. Una meditación.
Te invito a probarlo alguna vez, aunque sea por experimentar.
Daño no te va a hacer.
Lo peor que te puede pasar es que quieras repetir.
Javier Savas